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El jersey.

El jersey.

He buscado en el google” Jersey negro cuello de pico en Barcelona” en plena primavera no lo encontraba en las tiendas, ni tampoco mis vecinos tenían para prestármelo. Lo necesitaba para el uniforme de la escuela inglesa” Corn School” a donde va a ir mi hijo con veinte compañeros mas del colegio del barrio a estudiar.
 Como sólo quedan unos días para el viaje, hoy con premura me he dirigido a la calle Diputación, 176 donde me indicaba el buscador de Internet que iba  a encontrar el mentado jersey negro de cuello de pico.
Llego a esa dirección y me encuentro un portal con la puerta de rejas de hierro pesadas, que un individuo joven con un monopatín abre no sin esfuerzo, y se ve un portal con el suelo y las escaleras de un mármol blanco tirando a negruzco, de lo mal mantenido que estaba.
 Subo al principal con una mirilla antigua muy grande y sin placa que identifique que ahí hay una tienda de ropa, lo cual me da a mi una sensación de interrogante−¿ quien me abrirá la puerta esto no será una tomadura de pelo de Internet?.Toco el timbre y
 me abre la puerta un señor muy educado alto delgado, con gafas, le explico que he localizado la tienda por Internet y que vengo buscando un jersey negro de cuello de pico de la talla mediana y le enseño uno de rayas azules de mi hijo el señor  me hace pasar, y en el recibidor del piso tiene su despacho, una mesa escritorio de madera bien conservada con cajones a ambos lados y con un tintero y un bote metálico de lapicero.
 Me llama la atención que no haya ordenador. −¡Pase! me dice, indicándomelo con la mano y con sus palabras:− adelante pase, me invita el con corrección.
En la antesala tiene de decoración una máquina de escribir de las más antiguas que existían hace un siglo. En la sala una estantería con camisas bien dobladas y jerséis de varios colores, verdes, azules, amarillos. A la derecha un perchero con ruedas con pantalones y chaquetas y focos de luz que iluminan las prendas como si de una exposición de Dalí o Picaso se tratara.
Por fin me enseña dos jerséis  negros, uno con coderas de piel de ante y otro sin. Elijo el segundo y meticulosamente dobla el de las coderas y lo coloca en una estantería. Me invita a un café le doy las gracias:− acabo de tomar uno y mi marido me está esperando.
 Mide el jersey negro con el de rayas que traigo de casa y le digo:− esta  es su talla me lo llevo y el, de nuevo meticulosamente, lo dobla y lo envuelve en papel fino y luego lo mete en una bolsa de papel con la firma de su tienda. Le pago y me da una tarjeta, le pregunto que si tiene un taller de confección y me cuenta, con elocuencia y simpatía, que el los diseña y se los encarga a un sastre de Portugal y a un tejedor de Toledo: −La venta la hago a través de la web, me explica.
Me quedo pensando:− cuantas veces habré pasado delante de puertas como esta de Diputación 176 , sin poder imaginarme lo que se esconde detrás de una puerta.
Y me vine contenta con el jersey negro de cuello de pico.


Maribel Fernández Cabañas.


Un Kit Kat.

Un Kit Kat.

Los niños ya se han ido a la escuela y el padre a trabajar y yo enfrascada con las tareas domésticas desde primera hora de la mañana y las lentejas puestas a fuego lento.
Pero  por ser viernes he decidido hacer un “ kit kat” y me he llevado mis enseres de escritura a un lugar soleado.
Primero había pensado en un banco de la calle, pero me he animado un poco más y me he dirigido a la playa.¡ Cómo he ganado en ambiente!:
Un chiringuito con palmeras y mesas entre sol y sombra y un par de jóvenes, seguro que en paro, por la conversación que tenían:− Me tengo que preparar unas pruebas físicas de natación… pero también ayudo a mi padre en su trabajo y me da una paga, le contaba uno a otro.
También rodeada de paseantes entrados en años, que van a bajar unos kilitos para ponerse luego el bañador y de algunos más valientes que ya están con la toalla, la sombrilla y el bikini.
Y por un rato me he olvidado de la casa, y también de las lentejas.

Maribel Fernández Cabañas.



Angela y su hijo.


Ángela y su hijo.

 Ángela es una vecina que tiene un hijo que de pequeño rompía los juguetes y ella  no le reñía y su padre se quejaba y sentaba al niño a ver la tele( les compraban películas de DVD de Disney y ponían al niño con los pies en el sofá  y el padre estaba muy orgulloso de haber conseguido que, al menos ese rato, el niño no rompiera nada y así el  se podía acomodar en su despacho a leer tranquilamente.
 Cuando el niño se cansaba de la película la madre se lo llevaba al parque, pero no lo dejaba jugar con los otros niños del barrio  y le traía niños del colegio de elite al que lo llevaba y estos niños lo llamaban por su apellido:− ¡Pérez no quemes papeles!, les decían sus compañeros cuando el niño fue creciendo − ¡Pérez no tires petardos!, que no es san Juan.
El padre nunca bajaba al parque era ejecutivo y pasaba los fines de semana en su casa con los libros y el ordenador.
Y la madre con una voz muy bajita le decía al niño,ya crecidito:− Pablito que te vas a quemar, Pablito ten cuidado pero Pablito seguía quemando cajas de zapatos y periódicos ante la vista de su madre.
Yo veía a los niños del parque y jugaban con las bicicletas o los patines también celebraban sus cumpleaños en los bancos del parque e invitaban a Pablito y este se ponía un disfraz de vaquero y jugaba a su aire disparando con las pistolas, sin ni siquiera a cercarse a comer tarta y las demás madres y padres invitaban a la madre  la cual preguntaba por actividades extraescolares que hacían,  pero ella no apuntó nunca a su hijo a que fuera a hacer natación en la piscina de al lado, a la que iban todos los del barrio. Ella se llevaba a su hijo a un Club de Natación privado.
Pasaron los años y un día me encontré a Pablo con su madre, alto, con bigote y  bello en las piernas:−¿ Hola Pablo como te va en el colegio?
− No si  me expulsaron por pi…
− Pablito dile que estas  en una buena academia preparándote para policía que es lo que a ti te gusta, contesto su madre, interrumpiendo al mozo.
Pero seguro que Pablito quería contarme que lo expulsaron por pirómano.

Maribel Fernández Cabañas



Lectura 1.


Lectura1.

Lucía  ya no necesita salir a desayunar a un bar porque lo hace en su terraza. No hace frío y se rodea de un buen libro, buena música y un oloroso café.

 Mientras lee “ El guardián entre el centeno" de J.D. Salinger, se introduce en el mundo de los colegios internos de Estados Unidos de principios del siglo XX y vive con el protagonista sus aventuras y desventuras, al verse expulsado del internado, contadas por Salinger con un lenguaje ligero y preciso.

Pero el pitido de la lavadora la interrumpe,avisándola de que tiene que tender la ropa para que no se arrugue.
Entonces la tiende en su terraza, y hay un componente nuevo en el aire que respira que es el olor floral del detergente que emana de la ropa limpia.

Maribel Fernández Cabañas.




El ambiente.

El ambiente.

Llamo a un conocido de hace años que trabajaba de decorador y le pregunto por unos cursos de inglés a los que iba su hija y me dice que eso era antes de la crisis. Que el ahora vive en la miseria y tiene que ir a comer a la residencia de ancianos donde está ingresada su madre, que allí por un poco de voluntariado  le dan la comida y la cena.
Voy por mi calle y veo a hombres africanos detrás de un carro del supermercado, recogiendo hierros y trastos de los contenedores que luego venden en chatarrerías.
Paseo a mi Nina y en las casitas de madera del parque infantil, duerme un negro joven ,que al levantarse hace gimnasia y me pregunto:¿ dónde comerá?
Y en el barrio del Raval, allí se amontonan los indigentes en la rambla con el pelo sucio y greñas .Sus tobillos y pies  están mugrientos como las chanclas que calzan.  Llevan bolsas de plástico con su enseres( comida y botellas de cerveza ), se amontonan en corrillos tomando el sol y hablando, sentados en un banco y los acompañan sus perros.
Lamento todo esto, hace años eran sólo los pedigüeños de las iglesias y los limpiaparabrisas de los semáforos o los tullidos rumanos con un cartel de cartón que decía “pido una limosna para mis hijos, soy invalido”.
 Lamento que los gobernantes no aumenten las ayudas sociales, es indigno.
Pero mi amigo no sufre dice que él no ha perdido la alegría de vivir y que con ver a su hija estudiando y a su madre contenta en la residencia, que está dispuesto a seguir , que aunque se haya quedado sin trabajo tiene algo que no se lo puede quitar nadie: son las ganas de vivir.


Maribel Fernández Cabañas.