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Lucrecia y el ratón

Lucrecia.

 Lucrecia vive en un pueblo pequeño y sombrío, ella se levanta hecha el brasero y se sienta a leer  en la mesa camilla calentita, mientras desayuna tranquilamente sus tostadas con café.

 Lucrecia siempre está acompañada y su casa, aunque vieja, casi nunca está vacía. Esta vez la invitada era Lucía que se quedaba a dormir en un cuarto al fondo del todo de la casa  lleno de humedad y con manchas en las paredes enjalbegadas. Había una mancha que tenía forma de nube y con un agujerito sospechoso y una escueta ventana que daba al patio, por donde entraba la luz desde el amanecer y la despertaba. A Lucía esa habitación lúgubre le daba un poco de miedo e intentaba poner su transistor para escuchar un poco de música que la distrajera pero no había manera de coger ninguna frecuencia.

 Lucrecia a esas horas de la noche estaba a la luz de una bombilla que apenas si alumbraba viendo la tele, pero Lucía lo que quería era leer un poco y por suerte en la húmeda habitación había más luz que en la salita y cada noche se retiraba después de cenar y se quedaba dormida  leyendo y escuchando el ruido de la tele  que se traspasaba por la puerta de  la cocina a dicho cuarto.

 Pero una noche se quedó dormida intranquila mirando la mancha de humedad con forma de nube y  el agujerito  en la blanca pared, durmió con un ojo abierto y otro cerrado y  le pareció que el agujero ahora era un poco más grande ¡ Bah no tiene importancia mejor me  duermo!, se dijo a sí misma.

 A las cuatro de la madrugada un chirrido y ruido extraño la despertó, encendió la luz y vio como un animalito, entraba y salía por el agujero y empezó a gritar: ¡Socorro un ratón!. Lucrecia, profundamente dormida, en la otra punta de la enorme casa no la oyó. Entonces Lucía decidió que ella le daría fin a esta situación: fue a la cocina a por un trocito de queso que le puso al ratón en el agujerito mojado en lejía( lo más tóxico que encontró), así seguro que pasaría a mejor vida, pensó, y se fue a la salita a ver si dormía un poco mientras el animalito picaba el anzuelo. “Mejor que no alborote al personal” e intentó conciliar el sueño tumbada en el sofá y arropada con el calorcito de la falda de la mesa camilla.

Por la mañana cuando Lucrecia se levantó a renovar el brasero de picón  ─ ¡Lucia que haces aquí, que raro!

─ ¡Ay qué mala noche, hay un ratón en mi cuarto!. Le contestó Lucía con los ojos medio hinchados de no dormir.

Y Lucrecia le dijo tan tranquila:
¡Ah si!, ya me lo dijo mi hermana la de Zamora que es la que siempre duerme en ese cuarto cuando viene; pero los ratones no hacen nada.


Entonces Lucía le dijo:─ ¡Pues yo esta noche duermo contigo, amiga! ¡Y en cuanto abran las tiendas me voy a por un buen mataratas!.


Maribel Fernández Cabañas










De teléfono

De teléfono.
Los sábados por la mañana llamo a mi segunda casa que es la de mi amiga Susi. Ella con su sencillez y elocuencia me cuenta con gracia y desparpajo:
─Le estoy dando una segunda manita de barniz a la puerta de la entrada y se me ha acabado el bote, ahora me arreglo y voy en un momento a la droguería.

Otras veces está recogiendo los limones caídos del limonero del patio o se está poniendo guapa para salir con las amigas a una comilona que van a celebrar porque ha llegado fulanita de Barcelona y va a estar unos días en el pueblo.

Susi es alegre y me gusta escucharla, habla con esa voz delicada y con esa actitud resolutiva ante cualquier inconveniente que se le pueda presentar. Se explica muy bien por teléfono y parece que la tengo a mi ladito, cuando se va al extranjero de viaje, hecho de menos hablar con ella.

En definitiva Susi tiene la habilidad de entenderse muy bien con los demás, habla hasta con su sobrinito el parisino por video llamada, alguna vez la he visto y coge una marioneta de trapo y sin proponérselo lo hace reír, sólo con sus bonitas palabras y su abierta sonrisa.

Ella no se olvida de nadie, cuida por igual a todos los que tenemos la suerte de tener su casa como segunda casa.


Maribel Fernández Cabañas.