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Dos Historias

Dos historias.

Luisa en la Alhambra de Granada con su chándal y con sus prisas por adelgazar, ha dejado en su casa a su marido cocinando y limpiando y ella pasa por  los jardines del Generalife y ve las cascadas de agua deslizarse por los bancales que van haciendo escalera en  y los estanques con los nenúfares .El sol le da de lleno y va sudando.

Elsa, llega a casa al mediodía  de su media jornada en la escuela de primaria  de Alicante, se va a su baño, se ducha se seca el  el pelo y se lo ata en un moño. Pasa delante de la pared anaranjada de su estudio con ganas de entrar. Pero  Elsa  ha de poner unas lentejas al fuego para que estén hechas para cuando llegue  su hijo de la universidad y deja para más tarde el poder ponerse a escribir, que es lo que más le apasiona.

El Generalife está verde, en invierno llovió mucho. Y ahora,apenas comenzado el mes de marzo Luisa recorre sin pararse, con su chándal color naranja, el patio de los leones y aminora el paso para quedarse un rato escuchando el silencio, solo entorpecido por el ruido del agua. Mientras piensa en que su marido estará ocupando los cuarenta y cinco metros cuadrados del apartamento en el que viven y ella no quiere compartir ese reducido espacio con nadie. Pero no tienen dinero ni siquiera suficiente para alquilar otro apartamento y vivir separados entonces se toleran pero hay discusiones fuertes en las que el acaba dejándolo todo y se va a aireare un poco,  por quince días, a casa de su hermana en Albacete. Así no se separa definitivamente de Luisa para la que le gusta cocinar y limpiar.

 Elsa cierra la puerta del estudio que es el sitio donde más le gusta estar pues tiene su librería con la enciclopedia y los diccionarios de la Real Academia y el de María Moliner y además las fotos de su hijo en Irlanda o su hijo en Filadelfia o las fotos de su difunto marido y ella  recién casados. Descorre las cortinitas de la ventana para ver el jardín de ficus y magnolios con una fuente en medio que deja caer el agua donde los niños pequeños se salpican unos a otros jugando con sus abuelos. Pero justo cuando se va a poner a escribir, suena el fuerte ruido del interfono, abre y es el técnico que va a hacer la revisión anual del gas y se va con él a la cocina que es donde está la caldera.

Luisa termina su mañana deportiva y se dirige a su pequeño apartamento en pleno centro de Granada .─Hola cariño- le dice su jubilado marido y cuando  este va a darle un beso y un abrazo ella lo rechaza: –¡Déjame no ves que estoy sudada ,vete a dar una vuelta que quiero estar sola en casa pesado! .
Y el dócil y obediente coge el periódico y se va al primer bar que encuentra para tenerla a ella contenta. Se queda un par de horas hasta que calcula que ella ya está de mejor talante. Mientras lee el periódico el fuerte sol del mediodía le da en la cara con sus reflejos amarillos y él se pone las gafas de sol graduadas para seguir leyendo.

Elsa no puede escribir  y ansia hacerlo ─Señora ahora tengo que pasar por todos los radiadores de la casa revisarlos y purgarlos muéstreme donde están- le dice el técnico
Ella lo va guiando por el salón, los tres dormitorios, los dos baños e irremediablemente por su  estudio privado donde un suspiro se le escapa al ver su ordenador abierto con el capítulo siete  de su novela, capitulo que tiene pendiente para reescribir Elsa está enseñándole al revisor del gas su calefacción.

Luisa está sola en su apartamento canta de la alegría que le da vivir sola por un rato, pero en esas que suena el interfono:─ Cariño,¿ puedo subir ya?. Ella ya relajada le dice que sí y se sientan los dos educadamente a comer las espinacas que él le ha hecho. El sol les da de lleno en el comedor.

Por fin se va el del gas, es la hora de comer, Elsa descuelga el interfono y el teléfono, apaga también el móvil le deja un cartel a su hijo:” Luis estaré en el estudio hasta las cuatro de la tarde no quiero que nadie me moleste tengo que adelantar la novela”. Cierra la puerta de su estudio de pared naranja y con  ventana al jardín ,y retoma lo que dejó anoche. Su capítulo siete.
Eso sí por si acaso, con los cascos puestos, escuchando la primavera de Vivaldi. Y el sol entrando por la ventana.

Maribel Fernández Cabañas




Historia romántica

Historia romántica

Julia siempre iba andando a todas partes, por las mañanas se iba a la Facultad donde estaba haciendo el curso puente para maestros, ella vivía en el centro. Y por las tardes trabajaba de maestra en una escuela de Educación de Adultos, llevaba a un grupo de mujeres de alfabetización y tenía un buen método para enseñarlas y mucha vocación de maestra. Así es que las horas con el grupo- clase se le  pasaban volando.

  Todo le pasaba volando a Julia, por esa época salía con un jovial y buen compañero de clase, Paco, quedaban  para estudiar,  para ir al cineclub de la facultad de medicina, ir a conciertos y  salir con su pandilla de clase.

Y ¡cómo se querían!, unas veces en el piso de Julia, otras en el de Paco se tumbaban en el colchón japonés del salón, ponían el equipo de música… Él le acariciaba la larga melena y con sus dulces y amorosas manos. Le acariciaba todos los sentidos.

 De sus cuerpos desnudos surgía un baile de atracción mutua y  siempre con la sonrisa, no sólo en la boca sino en la forma de mirarse. Unidos en el deseo y en la química, que explosionaba hasta fundirse cuerpo a cuerpo.

Un día Antoñita, una alumna de Julia que vivía muy cerca y que siempre al cerrar la escuela de adultos hacían el camino juntas le dijo:

─Julia te encuentro diferente. Estás como en una nube ¿Acaso estas enamorada?

 Y Julia le contesto que sí
.
─ ¡Cuánto me alegro mi niña! Ya nos invitaras a todas a la boda.

Pero el destino lo cambió todo: Paco se fue trasladado a otra provincia y allí se dedicó de lleno a trabajar en su especialidad, Educación Especial, en un colegio al que le dedicaba todas las horas del mundo. Hacía cursos de perfeccionamiento para mejorar en su labor didáctica.

 Un día que venía de noche en coche, de asistir a un curso, en una curva mala  perdió la vida. A Julia la llamó la hermana de Paco informándola del sepelio.

Julia no asistió, prefería echar su dolor con sus dos intimas amigas llorando y suspirando.  Las amigas le ofrecieron que se mudara a su piso y allí con la amistad, que florecía cada día como una rosa, Julia se fue reponiendo.

Cuando al cabo de unos días la vio su alumna Antoñita, en la escuela de adultos, le dijo: 

─ ¡Julita tu estas muy desmejorada! Esta noche te vienes a cenar a mi casa que tengo unas judías verdes con jamón que despiertan a un muerto.

Julia siguió con sus clases y con  sus buenas alumnas mayores. Con ellas tenía la sensación de que recibía más de lo que daba enseñando.

Maribel Fernández Cabañas






Miedo a la noche

Miedo a la noche 
Para Sara, a sus sesenta y dos años, sólo existía el día. La noche le daba miedo y ahora que era Navidad la ciudad estaba más iluminada que nunca, así es que decidió salir al teatro por la noche.

El teatro estaba muy lejos de su casa, ella llevaba en su bolso cosas que le hacían sentirse más segura como la piedra de cuarzo que le regaló su amiga Amelia que al tenerla en la mano le proporcionaría luz calor y seguridad. También llevaba puestas sus gafas nuevas con cristales limpios y no los antiguos rayados que ya había descartado por no ver las caras de los paseantes, ni los rótulos de las calles.

 Cogió el metro en la parada de su barrio, el arcén  estaba casi vacío. Ella, haciéndose la valiente se sentó a esperar y por megafonía decían: “Tengan cuidado con sus pertenencias, el carterista aprovecha cualquier oportunidad para apropiarse de lo que no es suyo”. Agarró su bolso, cerró todas las cremalleras y se lo cruzó en bandolera, recostándolo sobre su falda.

 El metro, con su olor a humedad y el poco oxígeno,  le producía lacrimeo y no podía concentrarse en un libro ameno que tenía entre manos, así es que decidió no hacer trasbordo y bajarse del metro en  Plaza de la Concordia donde se quedó contemplando la fuente de colores y con música, al ritmo del movimiento del agua. Estuvo allí un buen rato distraída con la luz, la música y el agua.

Al cabo de un tiempo siguió su camino hasta el teatro, andando cruzó un barrio oscuro y solitario, la cara empezó a picarle. Estaba asustada y empezaron a salirle granos del mismo miedo que sentía, entonces vio una cafetería iluminada y llena de gente. Allí se quedó con su libro y con su piedra de cuarzo, un sitio iluminado y con gente que charlaba tranquilamente. En este espacio tan confortable los granos le fueron desapareciendo y  después de una hora de lectura en ese  oasis de luz y calor, siguió su camino hacia el teatro por tortuosas calles laberínticas llenas de bolsas de basura y de suciedad.

 Asustada, con cara compungida, después de callejear por  estas calles oscuras sin alumbrado de navidad y todo cerrado llegó al pequeño teatro.

 A mitad de la función se quedó dormida hasta que el acomodador, después de haber salido todo el público, la despertó.
Sara le explicó que tenía miedo a la noche .El acomodador era un joven de unos veinticinco años, bastante amable. Estaba acostumbrado a la noche y a ese barrio ¿Querría ella seguir viniendo a este teatro y el la llevaría en coche a su casa?

Se lo propuso  y Sara aceptó contenta y aliviada
  

Maribel Fernández Cabañas