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Un paseo


Que bien me sentó salir de casa. Paseé entre una masa de turistas y autóctonos por las calles abarrotadas, unos llevaban el plano en papel y preguntaban por un punto de la ciudad al que querían llegar, hablaban en inglés, ruso, francés...

Otros con el GPS del móvil iban andando y viendo en la pantalla el Maps Google en el que se veía la imagen virtual del plano de las calles. Algunos parecían conocerse bien la ruta, iban con la botella de whisky a los sitios de marcha del Paseo Marítimo y del Puerto.

Por mi parte lo que buscaba era arquitectura, sabía que cerca estaba el edificio de Correos, también la Basílica de Santa María del Mar y la estación de Francia.

Seguí andando y me adentré por unas estrechas calles ya conocidas.

  Que alegría me dio  comprobar que una desembocaba en la Catedral del Mar, entré y disfruté de todo su esplendor:

 Columnas alrededor de la nave larga y espaciosa, llena de bancos para sentarse a rezar. Silencio. Un oasis de gente ordenada, formal y silenciosa. Un párroco dando misa. El olor a incienso. La cera de las ofrendas y peticiones a los santos. Una mujer joven con  cara amable y sonrisa amistosa me ofreció su mano dándome la paz. Yo se la pasé a los del banco de delante y a los de atrás.

Para terminar, una voz angelical cantaba el  Ave María de Schubert:

                               Ave María
                            Gratia plena
                            María, gratia plena
                            María, gratia plena


Maribel Fernández Cabañas





De los talleres


Cuantas alegrías me da la escritura: Amigas y amigos con los que comunicarme, tomar un cafecito y charlar. Me ha costado mucho esfuerzo continuar con esto. Pero mi constancia, disciplina y cariño hacia ellos me ha recompensado y estoy cada vez más contenta.

Separme de los grupos me ha costado: Del primer grupo que tuve me queda una amiga, mi querida Anita que ahora está en el teatro pero nos llamamos por teléfono y tenemos muchas confidencias. Hasta ha venido a mi casa y conoce a toda mi familia.

Del segundo grupo veo a menudo a Juan y a Jorge: Juan ha sido siempre pintor es muy extrovertido y a la vez muy espiritual, tiene muchos contactos en el mundo de la pintura y está constantemente exponiendo. Pero siempre está ahí detrás del móvil o en su taller de escritura que está relativamente cerca de mi casa y ya he ido a verlo varias veces con mi marido. De este segundo grupo también esta Lola que sigue con la escritura pero se ha trasladado a su pueblo natal.

Del Tercer grupo, mi profesora Sara a la que tanto le gustaban mis relatos. Estuve tres años y ahora conservo a mi querida Leticia, dulce y cariñosa, sabe escuchar y he aprendido mucho de ella nos vemos regularmente. Fue la primera en llamarme amiga, justo lo que necesitaba: el cariño recíproco de amigas.

Conservo también a los que veo menos y nos comunicamos por Whats app o por facebook

Ahora estoy conociendo a un cuarto grupo, al que empiezo a tomarle cariño.



Maribel Fernández Cabañas


Caja de cartón

Caja de cartón
Cuando María llegó a Madrid, solo conocía a Manuel, un viejo amigo del pueblo que había podido instalarse en la capital porque sus tíos, que eran muy ricos, le pagaban la carrera y hasta el alquiler de un piso para que pudiera vivir solo.
Ella, que por el contrario tenía que pagárselo todo trabajando de niñera, solía llevar a los niños que cuidaba a su casa, para que Manuel, que tenía buenas manos, le cortara el pelo.
─ ¿Ves cómo me ha crecido el pelo?  Y a mis niños también. Venimos a que nos lo cortes
─ ¡Hola María cuanto me alegro de verte! Ya veo que te las apañas muy bien con estos pequeños y que te obedecen. Pero bueno hablemos de nuestros conocidos, decía Manuel.
─Pues que te voy a contar. Estuve en el pueblo el puente de la Inmaculada y lo pasé pipa con nuestra pandilla. Daniel, el hijo del cartero, sigue como siempre, aprovechando la menor oportunidad para acribillarnos con sus bromas de muchacho brutito y machote; Manolita está reuniendo el ajuar para casarse con un mozo del pueblo vecino. Y los demás están estudiando, como nosotros, cada uno en un sitio distinto. Todos desperdigados.
─Que nostalgia tengo del pueblo yo casi no puedo ir, pues mis tíos me han encomendado que cuide de mi prima, esa muchacha con el pelo rizado a lo afro y de delgadez extrema a la que conociste hace un año.
─ ¡Ah sí! Ya sé de quién me hablas: de tu prima Lourdes la que estuvo el verano pasado en las fiestas del pueblo y que acabó la noche  en una ambulancia que  la tuvo que llevar al hospital ¡Cómo se pasó de la raya tu prima!
─Tienes toda la razón, María, pero ahora es peor. Hace unos meses se fue con un chico a Holanda y allí se ha metido en unos líos mucho mayores. Yo no puedo decirles nada a mis tíos, ya sabes que le debo muchos favores.
Pero dejemos de hablar de ella, que debe estar al llegar y a veces, tiene el síndrome─ terminó Manuel, llevándose un dedo a los labios.
Y, en efecto, Lourdes apareció a los pocos minutos, tan delgada, pálida y nerviosa como María la recordaba.
Cargada con una voluminosa caja de cartón que, al parecer, no sabía dónde colocar, pues no hacía más que dar vueltas por el salón con ella en sus finos brazos, que a María se le antojaron hechos de alambre
¡Hola primo!, mira lo que traigo para decorar la casa dijo, sin parar de moverse por el salón y sin acabar de colocar la caja en un sitio fijo.
─¡¡Maldita caja!! Es tan grande que no puedo con ella- Dijo la prima enfadada.
 Rompió el cartón de la caja desgarrándolo a tirones y contenía un montón de botellas de cristal.
─Son bonitas ¿verdad? Las estoy haciendo en el taller de pintura de vidrio -Dijo la prima tocándolas con sus manos huesudas y tensas de puro nervio.
─ ¿Y tus estudios Lourdes? -Preguntó María
─ ¡Los estudios al carajo! y además a ti que te importa

─Bueno Manuel  mejor nos vemos en el rastro los domingos y ya me cortaré el pelo en la peluquería. Veo que no es lo mismo que cuando vivías solo- Dijo María despidiéndose de su amigo.
─Si mejor así. María cuanto te quiero, tu sí que eres una amiga discreta. El sábado por la noche, según vea el panorama, te llamo para quedar el domingo. Dijo  Manuel dándole un abrazo.
Y María abandonó el piso, lamentando la nueva situación de su amigo. Durante el camino de vuelta hacia su casa se entretuvo pensando en un modo de ayudarlo porque estaba claro que el bueno de Manuel no tenía ni idea de cómo lidiar con su prima,


Maribel Fernández Cabañas