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LA BOLSA



 Lucía tenía una lista de cosas por hacer. Necesitaba sin falta ir a la peluquería pero también quería que su amiga Susi fuera la primera de las amigas lejanas en recibir su nueva obra literaria.  Con el fin de semana de por medio, hoy era el único día en que correos aún estaba abierto.
Así es que se fue  a correos, alejado de su barrio. Después de hacer cola pudo enviar el libro a Susi y se metió en la primera peluquería que vio. Las dos peluqueras estaban ocupadas y ella se sentó a esperar su turno desde el silloncito blanco, tapizado de agradable tela de algodón con un cojin en el respaldo. Observaba a las peluqueras, la una estaba haciéndole la manicura a una señora de unos setenta y algo de años con acento argentino y charlatana. Vestía  ropa de diseño y   gafas de montura roja de última generación.
Lucía añoraba a su querida peluquera Noelia, que  tenía cerrado.
Noelia  siempre ponía música clásica, la clientela era sencilla y silenciosa. Así Lucia podía  concentrarse en la lectura de su libro favorito mientras esperaba.
La otra peluquera estaba peinando a una jovencita calladita.
Había otra señora mayor que no paraba de mirar una bolsa grande que había dejado en el suelo, al lado de uno de los sillones situados frente a los espejos grandes de pared con el secador a la izda.
A lucia no le extrañó que la bolsa estuviera en el suelo, ella acostumbraba hacer lo mismo con  su mochilita. Lo raro es que la mirara tanto. Esta señora era un poco más mayor que la otra, llevaba los labios pintados de un rojo fucsia que chocaban un poco con sus cañas que amarilleaban. Ataviada con ropa cara y zapatos de lujo, sacó de la bolsa un chucho raquítico que, al parecer, tenía sed.
La peluquera, que ya había terminado de hacerle la manicura a la charlatana, aunque esta no daba por terminada su conversación.Versaba sobre unos auriculares  sin cable con los que podía escuchar y hablar por el móvil.
 La peluquera con mucha educación la escuchó un rato más y también atendió a la señora del chuchito y le ofreció un cuenco con agua
─ ¿Es del grifo?
─ Sí
 ─ ¡Qué horror del grifo! Mi Ñuñú sólo bebe agua embotellada.
Y la peluquera se llevó el cuenco con agua por donde lo había traído.
La señora mayor cogió en brazos a Ñuñú,  después de arrugar la boca varias veces como con ganas de decir algo incómodo. No dijo nada y se levantó con Ñunú en brazos, entró en el lava- cabezas, cogió una bata morada del perchero, se la colocó ella misma, paseándose inquieta por el poco espacio que quedaba libre entre tantos sillones y champuses. No dejaba de mirar para la peluquera de la manicura.
Pero ella debía de tener la misma categoría de clienta que la argentina porque la peluquera, hasta que no se probó en sus orejas los auriculares sin cable, de la tal señora, le cobró y le dio un abrazo de despedida, no la atendió.

Maribel Fernández Cabañas










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